Respiro hondo, y todavía me asombro de poder seguir haciéndolo, tras no sé cuantas horas en mi particular mundo, tan lleno de sombrías sensaciones y conversaciones vacías que, a veces, son capaces deabsorbermeen la superficial nebulosa que toda persona lleva encerrada en sí misma. Hoy no ha sido el día, ni para ti, ni para mí.
Las horas, los minutos y los segundos de este día que está a punto de llegar a su fin vuelan desordenando mi mente. Empiezo a sentir el nerviosismo típico de una adicción inimaginable. Me gustaría acabar con todo, romper el finísimo hilo que me sostiene vivo. Mi aturdida mirada capta en el vacío, la salvación, una luz roja parpadea, basta con pulsarla y entonces llegan las maletas con tópicos de los que la genta habla. No escucho.
No me gusta el cero y menos que Briggite se quede con él.
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